lunes, 14 de septiembre de 2009

Soledad donde quieras

Caminando por la calle, me cruzo con alguien. Lo miro a los ojos; sonrío. Él se detiene, sonríe unos segundos y sigue caminando. Me quedo parada pensando cómo será su vida; familia, hijos que lo quieren y lo cuidan, setenta y pico años.
Llega a su casa, abre la puerta y hay una nota: su hijo. Se sienta en el sillón y trata de leer. Nada más que líneas sobrepuestas y letras borrosas.
Más solo que un perro. Hasta los perros abandonados en la carretera, que terminan atropellados por un camión, pudriéndose en la cuneta, tienen más compañía que él.
Lo peor del caso es que nadie lo nota.