domingo, 20 de junio de 2010

Vegetarier

Este verano logré no comer más carne. Y contra todas mis expectativas , sigo sin hacerlo.



Cuatro meses.

domingo, 13 de junio de 2010

El camino recto

Como una vez dijo Neruda, sucede que me canso de ser hombre. Me canso de ser humana, de salir a la calle y ver cómo hemos dejado la tierra. Saber que donde estuvo cada edificio, y cada vereda, había antes un árbol o un insecto, viviendo tranquilamente. A diferencia de cualquier otro ser vivo, nosotros nos las arreglamos para dejar todo dado vuelta. No nos preocupamos siquiera un poco de lo que estamos provocando. Cada día de verano hace más calor que el anterior, y aún mientras nos achicharramos, no dejamos de andar en auto a todas partes, y de consumir todos los productos contaminantes que andan dando vueltas en el mercado. No dejamos de aceptar las bolsas plásticas que nos regalan al ejercer nuestro mágico deporte del consumo, que además de demorarse miles y millones de años en degradarse, al ser fabricadas contaminan la atmósfera. Lo peor es que ni siquiera sabemos todos los daños que estamos haciendo, pero tampoco nos preocupamos de averiguarlo. Trato de cuidar el medio ambiente en lo que puedo, pero sucede que cada día me cansa más, al sentir por momentos que no sirve de mucho.

Comento en el colegio que no creo que podamos seguir impávidos frente al sufrimiento animal, y se ríen. Llego a la universidad, creyendo que eso va a cambiar, y no me equivoco: además de reírse creen que para mí también es un chiste. Tanta gente de izquierda hablando de igualdad, y de lo injusto que es el capitalismo con las personas, pero a la hora de mirar otros seres vivos, no les importa. Pretendemos salvar gente, pero para el resto no hay tiempo…podemos seguir maltratándolos, porque las fuerzas deben avocarse a la sociedad.

Queremos justicia social y lo único que hacemos es estar frente al computador, mirando videos estúpidos o comunicándonos cibernéticamente. La vida se nos va de las manos día a día, sin disfrutar de la naturaleza; del aire, de un parque, de los perros callejeros. Encuentro poca gente que disfrute al sentarse a hablar sentado en el pasto, por horas y horas, divagando sobre la vida, que además de creer que el ecologismo es una locura, lo analice.

A veces me gustaría dejar de preocuparme de esto, y vivir la vida como todos aquéllos que creen que esto es una simple pérdida de tiempo. Es más fácil.

martes, 4 de mayo de 2010

Cuando ya ni sé

Uno de esos calurosísimos días de enero del 2010. Al subir a la micro sientes cómo tu capacidad pensante no está en sus mejores momentos, y el sueño te embarga. Ruegas por encontrar un asiento vacío, porque no tienes ningún interés en pasarte la media hora de viaje parada, tratando de no caerte con cada frenada brusca en esta desquiciada ciudad.

No has avanzado mucho por el pasillo cuando ¡Bingo! Hay un asiento esperándote y nadie más parece quererlo. Te sientas, y vas mirando cada cara que sube en el resto de los paraderos, confirmando con satisfacción que varios encuentran asientos, y los que no, son personas jóvenes, y que aunque quisieras darles el asiento, se negarían a tomarlo.

Pero más o menos a la altura de San Diego, sube un puñado de gente, ni muy vieja ni aparentemente enferma, y no encuentra asiento. Uno de ellos te llama la atención. No es de edad muy avanzada, pero se nota en cada músculo de su cuerpo, que está más cansado de lo que tú podías haber estado en mucho tiempo. Llamas su atención con la mano, y le preguntas si quiere sentarse ahí. Él te mira con gratitud, pero te dice que no es necesario. Insistes, porque sabes que él merece estar sentado más que tú, y cuando al fin te paras para que lo use, una mujer joven, poco mayor que tú, te da un leve empujón y toma el asiento. La miras con sorpresa, y le dices que te disculpe, pero que tú solo te paraste para que ese caballero se sentara. Te mira con inexpresividad, y vuelve la cabeza para el otro lado. “¿Disculpa? Ese asiento es para este señor, no para ti”, le dices, sin obtener mayor respuesta. El señor te dice que no te preocupes, que no hay problema, y viendo que la mujer no tiene interés en ponerte atención, le dices a él que lo sientes mucho. Te pasas el resto del viaje mirándola fijamente a la cara “para que por lo menos te sientas incómoda por lo que acabas de hacer” y ella no deja de mirar la ventana.

A los minutos de viaje, ves que saca una maquinita de esas que tantas veces le has visto a tu abuelo diabético, que mide la glicemia. Se pasa mucho rato tratando de ponerle pilas.

sábado, 20 de marzo de 2010

Eso esencial

Cuando cruzaba el patio donde jugaban los niños en pleno recreo, se me acercó uno y se agarró de mi mano con sus dos pequeñas manitos. Lo miré sonriendo, y le pregunté su nombre. Lo anoto aquí, para que nunca se me olvide: “José”, me dijo. Y se quedó mirándome, como esperando algo. Nunca me había sentido como me sentí en ese momento. Eran unas manos que necesitaban afecto, y a la vez entregaban más amor que el que nunca he sentido. Solo con el tacto a través de los guantes de jardinería, lograba dar más que cualquier otra persona en el mundo.

Pero le dije que tenía que seguir trabajando, que más tarde hablaríamos. Ese más tarde nunca llegó, y yo nunca voy a dejar de arrepentirme de no haberme quedado hablando con él.