sábado, 20 de marzo de 2010

Eso esencial

Cuando cruzaba el patio donde jugaban los niños en pleno recreo, se me acercó uno y se agarró de mi mano con sus dos pequeñas manitos. Lo miré sonriendo, y le pregunté su nombre. Lo anoto aquí, para que nunca se me olvide: “José”, me dijo. Y se quedó mirándome, como esperando algo. Nunca me había sentido como me sentí en ese momento. Eran unas manos que necesitaban afecto, y a la vez entregaban más amor que el que nunca he sentido. Solo con el tacto a través de los guantes de jardinería, lograba dar más que cualquier otra persona en el mundo.

Pero le dije que tenía que seguir trabajando, que más tarde hablaríamos. Ese más tarde nunca llegó, y yo nunca voy a dejar de arrepentirme de no haberme quedado hablando con él.