Escucha al mundo decir que “el cinéfilo es ese ser medio callado, semiautista, que para evadir sus temores analiza películas”. No puede dejar de molestarle esa frase. Él es un tipo bastante normal. Tanto, que casi le molesta. Trabaja de lunes a viernes, habla con sus colegas, el sábado se emborracha...pero el viernes es suyo. Si no tuviera ese día para sentarse a oscuras al lado de decenas de personas, se volvería loco. Necesita un poco de socialización autista. Sentir la gente a su alrededor, pero no preocuparse de los demás, sabiendo que ellos tampoco se preocupan de él. Lo único que importa en ese momento es la historia que algún desquiciado director te está tratando de contar a través de la pantalla.
viernes, 18 de diciembre de 2009
Cinefilia
Escucha al mundo decir que “el cinéfilo es ese ser medio callado, semiautista, que para evadir sus temores analiza películas”. No puede dejar de molestarle esa frase. Él es un tipo bastante normal. Tanto, que casi le molesta. Trabaja de lunes a viernes, habla con sus colegas, el sábado se emborracha...pero el viernes es suyo. Si no tuviera ese día para sentarse a oscuras al lado de decenas de personas, se volvería loco. Necesita un poco de socialización autista. Sentir la gente a su alrededor, pero no preocuparse de los demás, sabiendo que ellos tampoco se preocupan de él. Lo único que importa en ese momento es la historia que algún desquiciado director te está tratando de contar a través de la pantalla.
martes, 27 de octubre de 2009
¿Qué significa salir de cuarto?
Libertad, dirían muchos. Ya no tienes que ir con el horrible e incómodo uniforme del colegio, tienes un horario menos rutinario y más flexible…y te puedes pintar las uñas sin que un inspector te las revise y te mande a la enfermería a sacarte ese escandaloso color naranja.
Pero para otros, salir de cuarto es lo que, simplemente, siempre soñaron. Abandonar la homogeneidad que se vivía en el colegio, para llegar a una universidad pluralista, donde no todos piensen igual, pero donde por lo menos piensen.
Lo único que quieres es lograr encajar tu lluvia de ideas con la de otros, y poder complementarlas para lograr un mundo algo mejor que el que vivimos hoy en día. Vives tus últimos meses ansioso por ello, y asustado por la posibilidad de no entrar a la carrera que quieres, en la universidad que quieres, con el agravante de la presión social. Porque el que diga que le tiene sin cuidado lo que le diga el resto, que me lo demuestre. De una u otra forma, siempre nos va a presionar un poco lo que nos insistan los papás respecto al estudio, y lo que te ofusque el colegio, el diario, la radio, las revistas, hasta los imprevisibles mensajes de texto imposibles de frenar, llamándote a estudiar para la famosa prueba.
Pero llega un momento en que ni tu más profunda convicción y esperanza de llegar a un mundo nuevo y más equilibrado, sobrevive. Te habías aferrado tan bien a la espera de que la universidad fuera lo que buscabas, que no te diste cuenta de que puede que no sea así. ¿Qué pasa si llegas y sientes que tampoco es tu lugar? ¿Vas a ponerte a esperar a entrar al mundo laboral, porque ahí sí que vas a poder llevar las riendas de tu vida?
Te diste cuenta (tarde, pero lo hiciste) de que quizá era mejor haber aprovechado los catorce años de colegio, sacándoles lo bueno que tenían, sin esperar tanto de la próxima etapa. Así habrías llegado a conocer las cosas tal como son, sin predisposiciones ni desilusiones.
Pero la verdad es que ya estás en ese último mes, al final del camino, y lo único que queda es esforzarse, entrar a la carrera que quieres, en la universidad que quieras, y tratar de ser feliz.
Porque ¿No es eso para lo que venimos al mundo? Para ser felices.
El camino para llegar a serlo es lo que diferencia a unos de otros, pero todos queremos simplemente ser felices.
Espero, sinceramente, que todos lo sean. Y espero, también sinceramente, que todos traten de hacer felices a los demás, y buscar un mundo más justo.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Soledad donde quieras
Llega a su casa, abre la puerta y hay una nota: su hijo. Se sienta en el sillón y trata de leer. Nada más que líneas sobrepuestas y letras borrosas.
Más solo que un perro. Hasta los perros abandonados en la carretera, que terminan atropellados por un camión, pudriéndose en la cuneta, tienen más compañía que él.
lunes, 24 de agosto de 2009
Amor de urbanidades
jueves, 20 de agosto de 2009
La piedra en el zapato
Me encanta la lluvia. Esa sensación del agua corriendo por mi cara, mojándome el pelo y las manos...es incambiable. Me encanta poder pisar las pozas haciendo que el agua salpique para todos lados, empapando mis roñosas Converse que me niego a cambiar por mi estúpida obstinación de no aportar innecesariamente al sistema (como si mi ínfimo no-aporte sirviera de algo). Cada uno de los días de invierno que llueve en esta seca ciudad, salgo a caminar con el solo objetivo de sentir el agua, y ver los árboles con esa nitidez con la que sólo se ven en esos días.
Sólo hay dos pequeños detalles que me molestan de la lluvia. El primero es el patético hecho de que llevo lentes desde el momento en que abro los ojos en la mañana hasta que los cierro en la noche. Por supuesto, eso no es un problema solo los días de lluvia, pero es un problema que sin lugar a dudas, se acentúa esos días. El agua en la cara es una de las mejores experiencias que puedo recomendar, pero el agua sobre los lentes ópticos, es una de las peores. Te impide ver las gotas caer sobre el asfalto, mientras quedas sumergido en un mar de gotas esparcidas sobre el vidrio, impidiéndote disfrutar de toda esa magia.
Para algunos, la solución a este problema es sencilla: sacarse los lentes. Pero ¿Crees tú, querido lector, que si pudiera, no lo habría hecho ya? El inconveniente es que si me los saco, más vale cerrar los ojos e irme a dormir, porque veo nada. Sólo una masa de colores, ni siquiera bien distinguidos, que no me permiten disfrutar de la belleza de las formas. Maldito astigmatismo.
El otro pequeño detalle que me molesta de los días de lluvia, es que mientras yo estoy feliz dentro de mi cama viendo caer las gotas al otro lado de la ventana, cientos de familias alrededor de la ciudad están tratando de impedir que se les inunde la casa. Una casa compuesta por cuatro paredes y piso de tierra en la que se ven obligados a vivir por no haber tenido las oportunidades para comprar una mejor. No sé si realmente encontraría tan atroz vivir ahí, pero no puede ser que mientras ellos luchan por no mojarse, otros estemos en nuestras no mal llamadas mansiones, sin hacer nada. Hay incluso ciertos descarados que dicen que esas familias viven así de mal porque son flojos, porque no han luchado por salir adelante.
¿Hay una frase más injusta que esa? Tú naciste en cuna de oro, fuiste al colegio privado que mamá y papá te pudieron pagar, recibiste lo que llamamos una buena educación (que de buena, debo decir, tiene muy poco), mientras él nacía en una cuna de barro, preparándose rápidamente para una vida llena de dificultades.
Nunca fue a un colegio privado. Nunca tuvo esa “buena educación”. Nunca ha podido terminar sus estudios, porque al llegar a octavo básico el papá tenía tantas bocas que alimentar, que lo tuvo que mandar a trabajar para ganarse el pan de cada día. Ese niño, al que llamas flojo, nunca tuvo las condiciones que tú tuviste. Y todavía tienes el descaro de llamarlo flojo.
Quizá no es tu culpa. Quizá tú no hiciste nada para que esta sociedad funcionara así. Quizá llegaste, igual que él, sin elegir dónde hacerlo, pero tuviste la suerte de hacerlo en un lugar donde te llenarían de comodidades. Pero también es cierto que a medida que pasa el tiempo, y tienes en tus manos la capacidad para aportar con tu granito de arena a cambiar esta injusticia, y no lo haces, te vas haciendo cada vez más cómplice y más culpable.
Nadie te pide que cambies el mundo, o que dejes de ser feliz y de darte gustos por ayudar a los que lo necesitan, pero lo que sí tienes el deber de hacer, es pensar. Pensar, y actuar. Nadie se merece no tener las oportunidades de surgir. Nadie se merece nacer en una cuna de barro, con el único destino de terminar en las mismas que sus padres, con una docena de hijos a los que casi no poder alimentar.
Esos son los dos únicos detalles que no me gustan de la lluvia, pero basta que piense en las gotas corriendo por mi piel, para que se me olviden. Así de egoísta soy. ¿Cabía alguna duda de que así fuera?
martes, 18 de agosto de 2009
Esas fugaces imágenes
Cada uno vive su vida, tratando de sobrevivir en esta jungla a su manera, sin importarle mucho el resto. Me pregunto cuántos se preguntan qué es de la vida de los demás, y me gustaría poder saber que son muchos.